Lenguaje y comunicación

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LA TUTELA DE GRUPOS HEGEMÓNICOS.


12 jun 2010

Pensar las subjetividades mediáticas

EN “MEDIO” DE UNA COMPARACIÓN “SUBJETIVA”

Por Jorge Aníbal Saucedo

A lo largo de estos últimos años, he estado saltando, a manera de juego, por distintas situaciones emocionales, por distintos momentos históricos, por distintas teorías sesudas, por distintas miradas de la misma situación: Medios y Educación, un sistema binario que lidia por ejercer el poder de "el uno" (1) sobre "el cero" (0) y viceversa; y en el medio de esta polaridad, el sujeto, que antes, fue objeto-educable y, que ahora, es una subjetividad.

Desde luego, cada mirada, cada momento histórico, cada teoría tiene un fuerte contexto de situación y de fuerza de enunciación que son inmejorables y que, de hecho, me proponen pensar y re-pensar mi situación frente al aula, y frente al colectivo humano en general.

Entonces, se me ocurrió pensar... (si es que esto puede suceder, luego de ser objeto del bombardeo de otros que piensan por mí): ¿Es posible pensar en términos educativos sin pensar en la verticalidad donde hay un emisor que es el que sabe y tiene el poder de decirlo y un otro, receptor, el que aprende?

Evidentemente, desde la Pedagogía sería imposible educar sin verticalidad, aún en las claves de las sociedades de control (G. Deleuze).

A lo mejor, seria propicia la nueva ubicación que proponen los medios. Aunque pensándolo mejor, también hay una verticalidad, el emisor-medio sabe, entretiene, tiene opinión, y hay un receptor-sujeto que es entretenido, es pasivo de opiniones. No estoy pensando en el hecho de que éste último pueda o no coincidir con dichas opiniones. Es más, sospecho que el emisor no está preocupado por eso, porque la brecha que los separa; es justamente el medio, y esta mediación hace difícil un acercamiento directo.

¿Y pensar la educación desde la mediación psicagógica? Enseñar al/el alma (me gusta este juego de palabras, ¿dativo o acusativo?). Creo que para educar al alma de los nuevos párvulos, habrá que cumplir con algo más. Los/as alumnos/as actuales van a exigir que muestre el alma.

De hecho, en más de una oportunidad, cuando uno está explicando, por ejemplo, la vinculación entre el Romanticismo literario argentino y Echeverría o Sarmiento, plantean la pregunta y “usted qué opina”, como si mi opinión fuera un modelo a seguir o como si buscaran un modelo a seguir. Pero mi duda arranca desde el mismísimo cuajo cuando tengo que responder, porque yo también al igual que ellos estoy subjetivado por los medios.

Tendré más o menos información académica, más o menos conocimientos de los medios, más o menos valores que mostrar, pero sigo subjetivado. Por lo tanto, ¿qué puedo enseñar de mí que ellos ya no hayan visto?

Por otra parte, yo, maestro errante, estoy en una situación de pedagogía perpetua. Aún sigo estudiando, aún sigo recurriendo a centros del saber, aún sigo buscando, muy bien no sé qué. Borges ha hecho carne en mí: “34. Busca por el agrado de buscar, no por el de encontrar…." Estas búsquedas son modulaciones inacabables, a modo de flujo-atemporal.

Crece en mí una suerte de inmadurez insaciable: quiero conocer al que está en frente de mí, pero, por otra parte, no quiero perder mi lugar de “poder”, por cuanto tengo en mi voz la fuerza de la autoridad conferida por el Estado. Por otro lado, tengo el deseo angustiante de querer cambiar la homogeneidad a la que propenden las fuerzas de la “modernidad dura” del siglo XIX, pero tengo miedo de estar equivocándome.

Estoy mediatizado y subjetivado por los medios igual que mis alumnos.

En este mismo momento, estoy frente a mi procesador de texto, el cursor parpadea y la pantalla ilumina cada letra que tecleo: mi conciencia se hace escritura, pero me exige cierta velocidad, por cuanto -en apariencia- pienso más rápido de lo que escribo, y entonces, me encuentro en una situación de rapidez y de escritura: una, sólo perceptiva (para no cometer errores de escritura) y otra, de conciencia (tratando de no cometer errores conceptuales).

Entonces, se me ocurre pensar en los monjes medievales. Ellos habrían sentido el mismo terror al verse avasallados por la nueva tecnología de la imprenta. Si bien la diferencia se encuentra en la fe en el más allá que tenían y la velocidad de cambios de los nuevos medios tecnológicos, creo que estoy en una situación análoga. Cada vez más sorprendido por las nuevas formas mediáticas y a la vez más alejado de mi centro. Antes tenía la seguridad de mi palabra, de mi tiza, del pizarrón, de la disposición de los bancos frente a mí. Hoy desconozco mi palabra, la utilidad de la tiza, los bancos. Todo es nuevo y yo corriendo de un lugar a otro tratando de llegar a horario, porque aprendí (en el sistema educativo de los profesorados que hay que dar el ejemplo de la prontitud). Es más no sé si es mía o de otro las palabras que digo (¿qué más da?). Me siento “el otro” y no sé si quiero volver a ser yo.

Conclusión tímida

En definitiva, comparo el uno y el cero. Uno y otro subsisten conmigo o sin mí.
Ahora bien, ¿yo, desde mi lugar/tiempo, qué podría hacer mientras busco y trato de aclarar mi lugar en el flujo inquieto?

Los medios y las formas discursivas de estas tecnologías tienen sus reglas, sus gramáticas, sus morfologías propias y, a su vez, tienen sus ideas y sus concepciones particulares acerca del mundo. Como diría Roland Brarthes tienen sus mitos (lo que se muestra) y sus ideologías (lo que se oculta).

El mundo que se ve a través de estos formatos es fragmentado y sus rápidos discursos nos facilitan esa visión de la realidad, nos simplifican la manera de entendernos a nosotros mismos.

Es necesario, por lo tanto, alfabetizar-nos (y luego –los) acerca de esas gramáticas para poder crear o concebir otros mundos posibles. Los medios nos fagocitan si antes no aprendemos a conocerlos y a dominarlos.

Deberíamos, tal vez, despojarnos de ciertos criterios que han madurado en nuestras conciencias: “vamos a ver qué pasa”. Deberíamos observar que, lo que los niños y los jóvenes hacen con las tecnologías es manejarlas perfectamente, pero no así las ideologías que los medios difunden.

Acaso en eso consistiría la psicalogía, en hacer visible aquello que es evidente, pero para eso tenemos que percibir qué es lo evidente.

El planteo es, entonces, comprender los medios, criticarlos, enseñarlos y, de esa manera, formar espíritus críticos, para consolidar conciencias civiles responsables de sus propios consumos.
La indispensable crítica tanto de los contenidos como de las formas de seducción de los medios audiovisuales sólo resultará válida y socialmente eficaz cuando la escuela sea capaz de insertar esa crítica en un proyecto de cambio educativo de envergadura cultural.” (Jesús Martín-Barbero)
No sé si lo que dice este autor está bien, supongo (y estoy casi seguro) que sí. Pero de todos modos me gusta su planteo, su posición segura, porque hay que probar de todo en la errancia docente (Silvia Duschatzky), en este vagabundeo dentro de un flujo espacio-temporal que no cesa.

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